Candyman (Bernard Rose, 1992)
Basada en el genial relato de Clive Barker Lo Prohibido (que un servidor considera uno de los mejores relatos escritos jamás), la película de Bernard Rose (escrita a medias con Baker) se ha convertido con el paso de los años en un clásico de culto para los amantes del género.
Su obsesivo guión, (basado en las leyendas urbanas, tan de moda a lo largo de los 90), sus oníricas referencias, su aterradora crueldad y el que es el papel más importante de Tony Todd (encarnando al primer supermonstruo negro del terror moderno, el hombre de los caramelos y su truculento pasado; todo un icono), son los puntos fuertes que dan a este film una personalidad singular.
Como un sucedáneo de Freddy Krueger, nuestro anfitrión se aparece frente a los espejos (recurrente versión de la puerta a otros mundos) al nombrarlo cinco veces. Garfio en mano, chaquetón roído y cuerpo de enjambre (un dandy salido del infierno), susurra al oído de sus víctimas y reflexiona sobre su propia existencia, en mitad de los bloques de los barrios periféricos de una gran ciudad.
Existe un discurso sobre la desigualdad del sistema, sobre las clases sociales, los intelectuales cristianos (la irresistible Virginia Madsen) y los jóvenes negros delincuentes del extrarradio (herederos de los esclavos de finales del s.XIX), sus leyes y su supervivencia. Hay mucho de La Bella y la Bestia y del mundo vudú en sus referentes.
La película es sangrienta, retorcida, atmosférica y con unas leyes propias que huyen de toda lógica y comprometen moralmente a los personajes. Los primeros planos hablan de verdad del sueño, de la ensoñación y del deseo, un deseo de muerte… Célebre es el plano inicial, un cenital de helicóptero que nos muestra los bloques y las calles como si de un panel de abejas se tratara…
Bernard Rose ha admitido la total libertad con la que trabajó y el cariño que le tiene al personaje. Recuerda, también, el preciso trabajo artístico en el diseño del monstruo, así como la dificultad de rodar algunas secuencias envuelto en abejas.
Una película icónica (para mí imprescindible), muy de autor, y que recuerdo ver por primera vez de madrugada siendo niño, una noche de verano en el pueblo; no pude volver a mirar un espejo en el baño al menos en un mes…
La franquicia tuvo dos secuelas reiterativas y definitivamente desafortunadas.
por Gerard Moliné